No quiero tener esa imagen en mi cabeza, no quiero sentir que te induje a todo esto, no quiero pensar en los recuerdos que tendré en veinte, quizás treinta años más. No sé si echarme a morir contigo, o abandonarte para siempre en un intento insignificante e innecesario de olvidar esta aventura loca y sin sentido. Abrazarte es casi como sufocarte, tan delicada que eres niña, porqué me haces sentir así, como niño travieso cometiendo pecado. Te quiero y tú me quieres, eso lo sé, y eso todo lo hace perdonar. No importan los siglos, no importa la historia, sólo importa este momento, el momento en que te tengo, en que tú me tienes, y nos olvidamos de todo, sólo concentrándonos en este precoz y silencioso ardor. Pero miro, intento cerrar los ojos, pero no puedo, tengo que mirarte y aceptar, somos jóvenes, aunque parezca yo viejo, somos jóvenes. Siento el calor repentino de la brisa que llega desde la ventana. Es el calor hipócrita de la ciudad invernal. Esa ciudad que emerge edificios modernos y erige calles en donde caminan mentes con distintas películas a ser proyectadas. Películas de odio, de amor, de guerra, y de sexo. Es cosa de uno decidir que película ver, yo decido ver la tuya, niña, ver tu película en donde tú eres la estrella principal, la estrella que me seduce, y que deja ser seducida. Hay veces que quiero salir de este cine, porque tu imagen me quita el aire, me sofoca en un calor falso. Prefiero viajar, estar lejos de ti, para viajar llevándote a mi lado, viviendo como siempre, olvidar este momento, olvidar esta película, devolver las entradas ya perforadas. Te quiero niña linda, pero siento que quererte está prohibido. Te dejo sola esta noche mejor. Mañana es otro día, mañana veremos si la noche invernal de calor nos seduce nuevamente o si es mejor dejar todo atrás y enterrar lo vivido en un florero de flores negras.
La quería era cierto, pero ahora estaba muy loco para recordarlo. Ese niño está enfermo, fue el veredicto de todos los doctores, y enfermo realmente estaba, pero no era una locura temporal. Era una locura profunda y estructural. Lo que significa eso, el niño no lo sabía, sólo repetía su historia día tras día. La misma que le daba vida para seguir viviendo en esa cárcel de desamparados que deambulaban como locas sombras por pasillo tras pasillo siendo perseguidos por estigmas y ardientes pesadillas de amor. Eran los locos de amor los que permanecían en esa institución, no eran los locos corrientes, aquellos heridos con flechas comunes, estos eran locos envenenados, casi degollados por una incesante herida que se traducía en profundas hemorragias de sentimientos. Era el mar de desolación el que los engullía. Cada uno viviendo su propio trauma, cada uno encerrado en sus propios recuerdos, en su propio mundo pequeño. Un mundo estrafalario que los abducía de la realidad común. Era por eso más que nada que eran llamados locos. Pero no eran locos, eran apenas presos inocentes de un mundo único. Eran seres inteligentes, creativos, y singulares, por eso los encerraban, por el motivo de ser únicos. No cualquiera puede inventar su propio mundo, eso requiere imaginación, requiere sentimiento, y también requiere cierto grado de falsa inocencia. Esos eran los locos del hospital de los locos de amor. Un hospital donde las penas circulaban, penas que hacían que los recuerdos penaran la mente de su progenitor. Era quizás el lugar más melancólico del mundo, era el lugar de las penas de amor. Esas penas no se solucionaban, y era eso lo que las hacía tan profundas. Eran penas que enloquecían, que no lograban desaparecer, y que degustaban el placer de rondar las mentes de sus alocados inventores...
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